Efectivamente, los grandes corruptos y sinvergüenzas del pasado y del presente no son una raza aparte, no vienen de otro país ni de otro planeta. Están en medio de nosotros, pudieron ser nuestros conocidos, amigos, familiares o simplemente personas que en algún momento admiramos, y por esa razón llegaron al poder
Por Óscar Picardo Joao
A Joseph de Maistre se le atribuya la popular frase: “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”; pero el novelista André Malraux ajustó mejor la definición bajo los siguientes términos: “No es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene a los gobernantes que se le parecen”.
Efectivamente, los grandes corruptos y sinvergüenzas del pasado y del presente no son una raza aparte, no vienen de otro país ni de otro planeta. Están en medio de nosotros, pudieron ser nuestros conocidos, amigos, familiares o simplemente personas que en algún momento admiramos, y por esa razón llegaron al poder.
Como bien diría Víctor Hugo, entre un gobierno que lo hace mal, y un pueblo que lo consiente hay una cierta complicidad vergonzosa. Y es que en el fenómeno de la corrupción hay corruptores, corruptos y pequeña corrupción, una arquitectura compleja que se construye en un ethos cultural.
No hacer fila, adelantarse por el carril prohibido, dar o recibir mordida, utilizar influencias para omitir un trámite burocrático, pedir favores a los amigos que trabajan en el gobierno, son pequeñas prácticas que van construyendo un sustrato de corrupción; así, se va desarrollando una metástasis de la corrupción que nos invade y nos hace cómplices.
Demasiada gente en el país, políticos, empresarios, profesionales, etcétera, está “tocada” o afectada por la corrupción; tienen como se dice popularmente “techo de vidrio” o la “cola pateada” y son vulnerables y por eso tienen miedo de alzar la voz o manifestarse contra el autoritarismo.
Los políticos y los empresarios no son los únicos actores involucrados en los actos de corrupción. El ciudadano común y corriente suele participar en casos ilícitos en su vida cotidiana. Ocurre, sin embargo, un fenómeno atípico que lo medimos en las encuestas de “pequeña corrupción” en relación con la percepción del fenómenos entre ciudadanos. Al evaluar a sus círculos cercanos consideran que sus vecinos, amigos o compañeros de trabajo no son actores corruptos. Es decir, para la opinión pública la culpa de la corrupción la tienen los políticos o los empresarios, mientras que los ciudadanos son solo víctimas de ella. Quizá la diferencia sea en las dimensiones, montos o los volúmenes, pero sí hay una “cultura de ilegalidad”
Debe haber un gran inventario de historiales ocultos de evasión o elusión fiscal, favores políticos o jurídicos, colocación laboral de familiares, becas injustificadas, triangulaciones amorosas ocultas que las conoce la inteligencia del Estado, traiciones, conspiraciones, errores de juventud en la época del conflicto armado, participación intelectual o material en crímenes, vendettas, coimas, bloqueos de competidores, malversación, pagos facilitadores, fraude, colusión, extorsión, clientelismo y nepotismo. Una larga lista de pecados no redimidos.
Latinoamérica ha vivido y vive una verdadera pandemia de corrupción, demasiada gente “Susceptible”, “Infectada”, y pocos “Recuperados”. Si aplicáramos un modelo biológico-matemático de tipo SIR, bajo un sistema dinámico determinista formado por ecuaciones diferenciales, nos daríamos cuenta que “un corrupto típico” esta rodeado de una red de sujetos tan amplia que de forma estocástica podría llegar a acercarse a cada uno de nosotros. Si sumamos todos los corruptos o “los mismos de siempre” su nivel exponencial alcanzaría a demasiada gente, y esto hace que la corrupción no sólo sea endémica -siempre presente- sino también pandémica -la mayoría están infectados-.
En “Anatomía de la Corrupción” de María Amparo Casar (México, 2020) señala: “La corrupción y la impunidad se mantienen como problemas sistémicos y transversales sobre los que poco se ha actuado. A pesar de que la lucha contra la corrupción y la impunidad forma parte de todos los discursos y ofertas políticas de los partidos y gobernantes, ninguno ha implementado una política integral que permita la disminución de esta práctica de manera sistemática y sostenida (…) Sigue prevaleciendo entre los gobiernos, la costumbre de abusar del poder político para beneficio personal o de un grupo político y, después de abusar, la práctica de sustraerse a la justicia. En las empresas y en la sociedad en general tampoco se pueden reportar mayores avances”.
Con la corrupción caminan la impunidad y el clientelismo; aspectos que se pueden medir en frecuencia, extensión, causas, percepciones, costos, etcétera. Pero desde el punto de vista oficial, sabemos de la corrupción por dos fuentes alternativas y divergentes: a) el periodismo de investigación; y b) la persecución política o lawfare. Los mecanismos “estatales” para detener o contrarrestar la corrupción no funcionan porque suelen están infectados.
La corrupción es sistémica, estructural y estructurante, no solo porque está en todas partes sino porque es una forma de operar común y corriente en el ámbito público y el privado; un modo o estilo de vida que permea al cuerpo político y al tejido social. No se trata de la suma de actos aislados. Alcanza el nivel de norma social: usar el cargo público para beneficiarse a sí mismo, a los familiares o a los amigos, es un comportamiento esperado y tolerado socialmente.
La corrupción no es un fenómeno que se deba restringir al sector público. Las empresas y los ciudadanos están igualmente obligados por la ley a no cometer actos de corrupción. La mayoría de las veces, para que suceda un acto de corrupción se necesitan dos partes igualmente responsables, y suele suceder que los actos de corrupción se dan entre actores públicos y privados. La casuística es muy amplia.
La “Disciplina de Arcano” es un término primitivo eclesial, mediante el cual los grandes misterios estaban reservados para unos pocos, bajo el principio: “no les des las perlas a los cerdos”. Este secretismo es aplicable en la trama de corrupción, no sólo para ocultar los delitos sino también para “reservar información” sobre la base de melindrosos argumentos de seguridad nacional. Cuando se reserva demasiada información y se restringe el acceso de datos a la ciudadanía y a la prensa, es por algo muy evidente: Hay corrupción.
En resumidas cuentas y para concluir, los corruptos son nuestros, ni llegan por casualidad a los puestos de poder ni cometen delitos consigo mismo, hay una alteridad que se suma a la cadena de corrupción. Obviamente hay gente buena, ética y honrada, pero es una minoría ¿quizá un 3%?, quien sabe, pero sí son pocos, muy pocos.
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